Gaza: la llave que puede evitar más guerra en Medio Oriente

La escalada en la región puede detenerse con un alto el fuego inmediato en Gaza y una negociación basada en el derecho internacional y las resoluciones de la ONU, lo que implica poner fin a la ocupación ilegal israelí

El 7 de octubre, la ocupación ilegal israelí y el régimen de apartheid contra la población palestina pasaron a una nueva fase con los atentados de Hamas y la ofensiva israelí contra Gaza. Desde entonces la mecha fue avanzando.

El objetivo principal del presidente Joe Biden fue proteger las acciones israelíes –que implican una masacre sin precedentes con 24.000 personas muertas y un desplazamiento forzado de un millón novecientos mil palestinos– y para ello bloqueó en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dos resoluciones que pedían un alto el fuego, y presionó para que una tercera no incluyera esa exigencia.

Si como pasó en 1982 tras la invasión israelí del Líbano, Biden dejara de enviar armas a Israel y pusiera fin a la cobertura diplomática que ofrece al Gobierno de Netanyahu, los acontecimientos en Gaza y en la región cambiarían, pero no lo hace.

El avance de la mecha

Desde el 7 de octubre se abrieron o intensificaron varios escenarios de enfrentamientos en Medio Oriente. El día 8 Estados Unidos envió un grupo de portaaviones a la región, al que pronto se unieron dos destructores y una armada de buques de guerra de varios países. En la frontera libanesa se suceden los ataques israelíes contra el sur de Líbano y del grupo armado Hezbollah contra Israel.

En Siria e Irak, donde sigue habiendo tropas estadounidenses –900 y 2.500 soldados, respectivamente–, se registran ofensivas de milicias iraquíes bajo influencia iraní contra objetivos de EEUU. En Cisjordania, territorio palestino ocupado, el ejército israelí o colonos mataron a más de 300 palestinos desde el 7-O. Nada de esta escalada bélica en la región puede analizarse al margen de la ofensiva israelí contra Gaza.

En el mar Rojo los hutíes yemeníes de la organización Ansar Allah –que cuentan con el apoyo militar de Irán aunque insisten en que adoptan decisiones de forma autónoma– han desatado al menos 30 ataques contra barcos en el mar Rojo, sin víctimas mortales, a los que EEUU respondió el 31 de diciembre con helicópteros artilleros para hundir embarcaciones, matando a diez hutíes.

A todos estos escenarios de enfrentamientos hay que sumar el asesinato de un alto funcionario de Hamas en Beirut el 2 de enero, del que se responsabilizó ampliamente a Israel, y un atentado al día siguiente en Kermán, Irán –en el que murieron 84 personas–, coincidiendo con el cuarto aniversario del asesinato por parte de EEUU del comandante iraní Qasem Soleimani. Este atentado fue reivindicado por el Estado Islámico, pero representantes del Gobierno iraní lo atribuyen también a elementos israelíes y estadounidenses.

La tensión pasó a otra fase con la intervención directa de EEUU y Reino Unido en Yemen. El 12 de enero Washington y Reino Unido atacaron veintiocho objetivos en territorio yemení, provocando la muerte de al menos cinco combatientes hutíes. Su acción supone la extensión del conflicto en Medio Oriente.

En los últimos días también se registró un aumento de la tensión entre Irán y su vecino Pakistán, país que mantiene buenas relaciones con EEUU. En diciembre un ataque del grupo armado suní Yeish al Adl lanzado desde Pakistán costó la vida a once policías iraníes. El pasado martes Irán contestó a esa agresión con misiles contra presuntos integrantes de Yeish Al Adl en suelo paquistaní.

Tras ello, Pakistán respondió este jueves lanzando varios misiles contra presuntos “escondites terroristas” en territorio iraní. A pesar de ello, los dos países se apresuraron a subrayar que respetan la integridad territorial del otro y anunciaron que sus embajadores, que habían sido llamados a consultas, regresarán a su misión.

Yemen

Cuando Hamas lanzó sus atentados contra objetivos israelíes e Israel inició su masacre en Gaza, Yemen vivía meses de cierta calma tras ocho años de guerra. Al igual que en Irak, la perpetuación de la guerra en Yemen, con el apoyo cerrado de EEUU a Arabia Saudí, provocó numerosas muertes de civiles y empujó a una parte de la población local a los brazos de organizaciones armadas. En 2022, tras varios ataques hutíes contra infraestructuras petroleras en Arabia Saudí y en Emiratos Árabes Unidos, la monarquía saudí inició conversaciones con el movimiento hutí como interlocutor político reconocido. A día de hoy los hutíes controlan la mayor parte del territorio yemení mientras Al Hadi, el presidente reconocido por EEUU, se refugia en el sur del país, desterrado de la capital.

La apuesta por la acción militar como única vía solo contribuye a incrementar los riesgos y el bucle de la violencia. Todo esto podría detenerse con un alto el fuego inmediato en Gaza y la búsqueda de una solución negociada basada en el cumplimiento del derecho internacional humanitario y de las resoluciones de Naciones Unidas, lo que incluye terminar con la ocupación ilegal israelí de los territorios palestinos. Pero Biden sigue negándose y condicionando toda su política exterior –y sus posibilidades de reelección en las presidenciales de noviembre– a la continuación de la masacre en Gaza.

Cómo detener la escalada

Que el alto el fuego en Gaza apaciguaría las aguas de Medio Oriente, revueltas desde el 7 de octubre, es algo evidente. Entre enero de 2021 y marzo de 2023 las milicias proiraníes en Irak atacaron objetivos estadounidenses en territorio iraquí unas 80 veces. Desde el inicio de la ofensiva israelí en Gaza, estas milicias lanzaron más de cien ataques de ese tipo.

Cuando el pasado mes de noviembre comenzó la tregua para el intercambio de prisioneros en Gaza –y durante los seis días que duró esa tregua–, las milicias cesaron completamente sus ataques en Irak, según el seguimiento del Washington Institute. Los hutíes de Yemen también menguaron drásticamente sus operaciones contra barcos en el mar Rojo.

El alineamiento de Estados Unidos con Israel estableció un tablero en el que se juega con fuego. El empeño de Joe Biden en defender al Gobierno israelí y en seguir despejando el camino para sus ataques en Gaza lo convirtieron en el presidente estadounidense con más deferencia hacia Tel Aviv de los últimos tiempos, con el riesgo de que Netanyahu consiga lo que no logró de otros presidentes estadounidenses: arrastrar a EEUU a una guerra regional.

Washington guarda las espaldas a Israel actuando como protector y padrino, lo cubre en la retaguardia y solicita a sus aliados europeos que se involucren también en el mar Rojo. El inmovilismo de la Unión Europea a la hora de adoptar medidas que protejan a la población civil de Gaza contrasta con su disponibilidad para sumarse a una estrategia de EEUU que tiene como objetivo seguir permitiendo la ocupación israelí y la masacre en la Franja.

La solución es clara: alto el fuego inmediato, intercambio de rehenes y prisioneros, medidas contundentes que garanticen los derechos de los palestinos, negociación y establecimiento de vías para la paz y el respeto mutuo. La ruta está diseñada desde hace décadas, pero EEUU y Europa optaron desde hace mucho tiempo por permitir a Israel el desarrollo de su ocupación ilegal, de su régimen de apartheid colonial y su impunidad. Por lo que se ve, siguen en la mismas.

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